SAD GIRLS: ¿Por qué nos obsesiona tanto ver a las mujeres sufrir en pantalla?
Hola a todas,
una pregunta sobrevuela mi cabeza cada vez que entro a echar un vistazo al catálogo de las grandes plataformas de streaming: ¿por qué nos obsesiona tanto ver a las mujeres sufrir en pantalla?
Es una imagen que se repite una y otra vez en el cine contemporáneo: una mujer joven, frágil pero magnética, que atraviesa una ciudad lluviosa mientras llora en silencio (sí, casi toda la filmografía de Sofia Coppola). O que fuma en la ventana, con la mirada perdida, mientras su vida se desmorona fuera de plano. Agua y humo se funden para recordarnos que no somos más que eso: emociones desbordadas y recuerdos de otros que morirán con ellos.
Esto tiene un nombre, Sad Girl Cinema: películas donde las mujeres sufren de formas contenidas, elegantes, fotogénicas. La tristeza como núcleo narrativo, pero también como atractivo estético.
No es un fenómeno solo cinematográfico. Pienso en Lana del Rey, en el auge de la Internet Sad Girl en los 2010, en cómo la artista Audrey Wollen acuñó su “teoría de la chica triste”:
La tristeza de las chicas debería reconocerse como un acto de resistencia… un modo de reclamar autonomía sobre nuestros cuerpos, identidades y vidas.
Me interesa ese cruce: por un lado, la tristeza femenina como resistencia; por otro, su vaciamiento hasta volverse mercancía. De gesto radical a estética rentable. De refugio íntimo a performance diseñada para algoritmos. Todo dado la vuelta, sin sentido, muerto, como esos bonitos cadáveres de mujeres jóvenes en el agua.
Y aquí entran las genealogías: Ofelia flotando en el río, Emma Bovary, Anna Karenina, las heroínas románticas condenadas por sentir demasiado. Esa asociación entre mujer y melancolía, repetida hasta el cansancio, que termina siempre en el mismo lugar: la locura, la destrucción, la muerte joven y bella.
La película que quizá más claramente lo muestra es Las vírgenes suicidas de Sofia Coppola, adaptación de la novela de Jeffrey Eugenides.
Las hermanas Lisbon, encerradas por el conservadurismo paterno, no ven salida más allá del suicidio. Y son los vecinos quienes las recuerdan como diosas, demasiado perfectas para un mundo imperfecto. Inventadas, borradas, reescritas.
Ahí está la trampa: la romantización de la tristeza femenina es, en gran medida, una fantasía masculina. Una mirada que nos contempla como estatuas frágiles, que estetiza el dolor pero nunca lo escucha.
Pero eso no significa que la tristeza femenina no exista ni deba representarse. Significa que necesitamos representaciones distintas que huyan de la mirada masculina que las romantiza, esa mirada inspirada por musas malditas, condenadas por su belleza y su juventud.
Esa tristeza patologizada, a la vez que romantizada, nos roba la agencia y, al mismo tiempo, nos otorga un refugio “seguro” donde llorar. Esa habitación propia, esa ventana que nos acoge entre lágrimas junto a la pureza de una gata amasándonos el estómago, es refugio y cárcel a la vez.
Las hermanas Lisbon no son más que fantasías proyectadas por adolescentes incapaces de verlas como personas reales. Ellas eran otra cosa. Y nosotras también lo somos.
Gracias por leer hasta aquí.
Con cariño,
Jessica y Carla
Reinas y Repollos
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